Todo comenzó el jueves por la mañana, cuando 9 pasajeros (a falta de Miguel, que se incorporaría el viernes noche) hacíamos un tetris para encajar todas las maletas, más la comida, en los 2 vehículos. Nuestro destino, Cuenca. En el coche número 1 viajaban Iker, Elena, Sonia y Vicente; en el número 2 lo hacíamos Nerea, Jóse, Mónica, MªPaz y Maríte. Demasiadas horas de viaje como para que a nuestras mentes no se les ocurriera hacer de las suyas. En el primer coche decían que iban escuchando musicón del año la polca, mientras que en el 2º no parábamos de hablar, poniéndole a Jóse la cabeza como un bombo. Empezamos a adelantarnos los unos a los otros haciendo los míticos calvos, a petición popular, cuasi provocando un accidente debido al ataque de risa del conductor del coche nº 1. Comimos en Tarancón, pueblo feo donde los haya y llegamos a Cuenca. Hicimos una mini visita cultural observando las casas colgadas y las interminables cuestas de las que consta la ciudad, sin saber que habíamos quedado atrapados en la city, ya que las procesiones cerraban nuestra carretera de huída a Buenache, pueblín donde estaba nuestra casa rural. No tuvimos otro remedio que ver los 7 pasos de las procesiones y que nos perdonen los conquenses, pero qué horror de pasos!!! Como tuvimos que hacer malabares para salir de allí con los coches, pues matamos el tiempo ladrando a los peatones y entonando nuestro propio paso religioso, con turuta y platillos. Por las caras que ponían los viandantes, parece ser que nuestra música, no era muy de su agrado.
Llegada a Buenache de la Sierra… el alojamiento constaba de 2 apartamentos; el de abajo tenía 2 habitaciones y un salón con cocina como para estar los 10 la mar de cómodos. Arriba, otro apartamento con “3” habitaciones improvisadas, que carecían de puertas, quedando aisladas del mundo por una cortina que sí traspasaba las ondas sonoras. Cenamos una ensalada con jamón y bebimos unas copichuelas. Parecíamos cansados, o eso decíamos, y al día siguiente queríamos madrugar para ver el nacimiento del río Cuervo y visitar la Ciudad Encantada, así que… nos fuimos a “dormir”. Como en el piso de abajo tenían puertas, pues no tuvieron otro remedio que dormirse, pero en el de arriba… Mari, ¿tienes sueño?- yo no, ¿y tú? – Yo tampoco… ¿estás cansada?- yo no, ¿y tú? – yo tampoco… Vicente!!! Que te oímos respirar! ¿Ha quedado ron? Creo si… ¿bajamos? ¿Les despertamos? ¿Hacemos un paso?... jijiji, venga, ¡todos en pie que hay que bajar! Agarramos los cacharros que había por la cocina y bajamos las escaleras con mucho cuidado, abrimos la puerta y empezó el espectáculo, no con mucho éxito por parte de los dormidos, pero con gran descojono por nuestra parte.

Viernes: salimos prontito hacia el nacimiento del río Cuervo; una ruta corta y bonita, llena de catalanes y madrileños. Íbamos con la empanada en el coche, ya que se suponía que íbamos a ver más cosas, pero al acabar la ruta… gran nevada repentina que impidió que continuásemos con la excursión, así que nos fuimos al hogar, aislados del mundo. Jugamos a las cartas, cocinamos arroz con verduras, llegó Miguel, el último inquilino, y nos fuimos al bar del pueblo a tomarnos una copa. Después de tomarnos alguna copita más en el hogar nos fuimos, supuestamente, a dormir. Esta vez nos sorprendieron los del apartamento con puertas y llegaron de repente con Jesús Cristo incluido. Ahí subía Iker con una toalla en la cintura y el madero en sus hombros haciendo las 3 caídas cual profesional del asunto. También subió Mª Paz disfrazada de María, Elena de Mª Magdalena (con magdalena en la cabeza) y Miguel de romano con la escoba de barrer haciendo de casco. ¡Lo que nos pudimos reír! La cosa no podía quedarse ahí, así que, nos armamos con utensilios de cocina, cubo de fregona y platos varios y abajo que nos fuimos cuando ya estaban a punto de quedarse dormidos a escenificar la Procesión de los borrachos; la idea era sorprenderles, hacerles creer que ya no íbamos a bajar y yo creo que lo conseguimos. Varias risas descojonantes y a sobar de verdad, que había que madrugar.
Sábado: nos levantamos para, supuestamente, hacer una excursión pero lo único que pudimos hacer fue ponernos toda la ropa que llevábamos y salir a la calle a disfrutar de la nieve y tirarnos con bolas; aprovechamos para ir a comer al bar del pueblo, donde probamos los exquisitos manjares que ofrece la tierra manchega, como ajoarriero, morteruelo, majada, verduras a la plancha, pisto, panceta… como siempre, hasta reventar. Más cartas y siestas y se acercaba la última noche… Después de llorar por picar las cebollas para poder degustar un estupendo plato de macarrones, no podía faltar hacer nuestra propia pasión viviente. Ya habíamos hecho las 3 caídas y la ascensión al monte Calvario; nos quedaba la crucifixión. Colocamos un madero en horizontal en una de las columnas de madera de nuestro salón, atado con celo, que inexplicablemente tenía en el neceser. Gracias a este utensilio, pegamos también un sobre de Kétchup abierto en el palo de una escoba, a modo de lanza. Nuestro “Jesús Cristo” particular volvió a desnudarse, colocarse su toalla y adquirir postura de crucificado ante las risas imparables del resto del grupo. Mª Magdalena le lloró ante su cruz y Vicente, que hacía las veces de soldado, le clavó la lanza, esparciendo el Kétchup por su costado. El grupo creía haberlo visto todo y nos fuimos a “dormir”. Pero era la última noche, no podíamos consentir que el jolgorio se acabara de esa manera, así que, los inquilinos del apartamento de arriba, los que no teníamos puertas, fabricamos con periódicos unos cucuruchos para realizar la Procesión del silencio. Con los capirotes en la cabeza, las colchas de vestido y los mecheros a modo de cirio, bajamos al otro apartamento para sorpresa de sus inquilinos que salieron al pasillo a disfrutar del espectáculo. Hicimos el paseíllo y volvimos a reírnos.
Domingo: Las lunas de los coches amanecieron congeladas y no tuvimos otro remedio que desperdiciar las últimas gotas de ginebra que nos quedaban sobre los cristales. Nos fuimos rumbo a la Ciudad Encantada antes de retornar a nuestra Cantabria Infinita; el suelo estaba helado y patinaba de lo lindo. Tuvimos que agarrarnos a las paredes, flexionar las rodillas, gritar, sufrir, reír… todo para no terminar en el frío suelo. Total, que no pudimos disfrutar de la Ciudad Encantada como hubiésemos querido, porque teníamos que estar pendientes del suelo, más que de las piedras.
Vuelta al coche y a hacer kilómetros para volver al hogar. La sorpresa, aterrizar en un Burguer King a la hora de comer, sin pretenderlo. Llegada a Castro City y a ver las fotos como si no hubiera mañana.
Está claro que ha sido uno de esos viajes para el recuerdo, aPASIÓNantes y muy, muy divertido.
Está claro que ha sido uno de esos viajes para el recuerdo, aPASIÓNantes y muy, muy divertido.